Por José Luis Santiago del Río.
La profesión de científico, si es que se puede denominar profesión, es una de las más estereotipadas que existen. Si se realizara una encuesta a la población en general preguntando «¿a qué se dedica un científico?» o «¿cómo es un científico?», las respuestas serían vagas y confusas en su mayoría. Se recurriría muy posiblemente a la típica imagen hollywoodiense del científico loco con su bata blanca y pelos alborotados. Otras respuestas irían encaminadas hacia la imagen de una persona despistada que descubre las cosas por casualidad, sin que sepa muy bien porqué. Incluso, algunos hablarían sobre algún científico famoso, cuyas características intentarían extrapolar a la situación preguntada (sin lugar a dudas, muchos de estos últimos dirían algo sobre Einstein). Sólo unos pocos darían una imagen más o menos real.
En el mejor de los casos se conocería la biografía de algún genio de la ciencia, pero normalmente se ignorarían los principios sobre los que se fundamenta su teoría, invento o descubrimiento. El motivo principal para estas hipotéticas respuestas es el poco calado que tiene la ciencia dentro de la sociedad de nuestro tiempo. No confundamos ciencia con tecnología. Poniendo el ejemplo de la informática, muchas personas utilizan un ordenador como si de un oráculo se tratase y cuya respuesta, para ellos, es infalible a todas luces. Y es con actitudes como ésta contra las que nos ayuda a combatir la ciencia, porque quizás lo peor no es desconocer una respuesta sino no hacerse la pregunta.
Retomando el tema de la imagen del científico, comentemos que el origen de la dificultad de realizar una buena descripción puede yacer en el hecho de que la mayoría de la gente no tiene referencias sobre personas que se dediquen a investigar. No aparecen en la televisión y da la sensación de lejanía o cuento cuando se habla de estas personas; mientras que cualquier otro estereotipo se puede contrastar con datos reales.
Pero, ¿cómo son en realidad? Pues hay de todo, como en cualquier otra «profesión». En la ciencia hay genios que la revolucionan y provocan avances extraordinarios, pero desgraciadamente son escasos. La gran mayoría de científicos se podría decir que son «obreros de la ciencia», que mediante un arduo esfuerzo y constancia consiguen aportar su granito de arena a parcelas concretas de la investigación. Estas aportaciones se realizan en congresos especializados donde se reúnen personas que trabajan sobre el mismo tema, compartiendo cada cual sus avances. También se transmiten las investigaciones realizadas a través de publicaciones en revistas, que salvo alguna como Nature, la gran mayoría suelen ser muy especializadas. Para hacernos una idea, pueden existir varias decenas de revistas dedicadas a un solo tema.
Esta especialización de la ciencia puede ser quizá un problema para su transmisión en general, ya que no da tiempo material a una persona a estar al día en varias materias a la vez. Aunque a la vez es una ventaja ya que su avance es imparable. Otro dato a tener en cuenta es que actualmente hay más científicos que los que pudieran haber existido durante toda la evolución histórica del hombre.
En la sociedad de la «información» (aunque en ciertas ocasiones se podría decir de la «desinformación») en la que nos ha tocado vivir, la ciencia en general es temida, vista como algo imposible de comprender. Llega hasta tal extremo que hace tiempo oí una conversación entre dos personas en la que una decía «no me acuerdo de cómo se dividía» y la otra respondía «pues a mí no me mires que yo tampoco». Lo terrible de esta situación es que no es algo extraordinario y está llegando un momento en que se corre el peligro de que esto se vea como algo normal, pues «las matemáticas son difíciles», y quien habla de matemáticas, habla de física o cualquier otra disciplina científica. Por tanto, hay que intentar transmitir la curiosidad por aprender, el rigor y el razonamiento crítico de la ciencia, haciéndola más cercana a todos. Porque lo próximo ¿qué será? ¿No avergonzarnos de escribir agua con h? Pero ésta ya es otra historia.

Sobre el autor: José Luis Santiago del Río era, en el momento de publicación de este artículo, becario de investigación del Departamento de Combustibles Fósiles del CIEMAT y Lcdo. en Física por la Universidad de Córdoba.
Artículo publicado en Isagogé 0 (2003)